martes, 29 de mayo de 2012

La marca del género en las lenguas indoeuropeas

La mayoría de  las lenguas del mundo no marcan el género, es más, se podría decir que la marca de género es una rareza de las lenguas indoeuropeas. Hay varias hipótesis para explicar la existencia del género en estas lenguas, una de ellas es la mitología. Los primitivos indoeuropeos  eran un pueblo que se sustentaban en una mitología  antropomórfica. Asignaban  dioses y diosas a todas las cosas de la realidad, había una diosa luna, un dios sol, y también la diosa de la lluvia, el mar, la montaña, etc. Esto implica que cada cosa se consideraba masculina o femenina dependiendo del sexo de la divinidad que se la había asignado. Así, todas las lenguas indoeuropeas impregnaron su vida a partir de esta realidad. Configuraron su mundo identificándose a través de estos dioses y diosas y nombraron su realidad a partir de esta polaridad masculino/femenino, pero ¿qué connotación tenían los objetos designados por las diosas y los designados por los dioses? Está claro que todas las lenguas pueden nombrar todas las cosas, pero dependiendo de la cultura de sus hablantes sus significados y connotaciones pueden ser diferentes. ¿Cómo se configuraron estos dioses y diosas en nuestros antepasados indoeuropeos? ¿Cómo ha influido esta significación de polaridad -hombre/mujer, femenino/masculino, macho/hembra- en el uso del  lenguaje?

Marija Gimbatus en una excavación
Para vislumbrar ese pasado nos pueden ayudar los trabajos de investigación de la arqueóloga Maríja Gimbutas (1921-1994) que hizo  una de las mayores investigaciones del pasado pre-indoeuropeo e indoeuropeo de Europa. Según su teoría, la más ampliamente aceptada sobre el origen de estos pueblos, las invasiones indoeuropeas no sólo influyeron en la destrucción de la cultura pre-indoeuropea, sino en la connotación simbólica de  sus diosas y como consecuencia de ello, en la configuración de la realidad de la mujer,  no sólo de esa cultura, sino de culturas y civilizaciones posteriores, hasta llegar a nuestro presente. Sostenía esta investigadora que estas sociedades pre-indoeuropeas estaban regidas por  un “sistema social equilibrado, ni patriarcal ni matriarcal”, que denominaba “gylania”, (gy-  de “mujer” y an- de andros, “hombre”). Esta sociedad, pacífica y sustentada en la agricultura rendía culto, especialmente, a las diosas de la fertilidad-nacimiento y de la muerte (sentido cíclico de la existencia). Esto cambiaría cuando los indoeuropeos, -llegados de la región de Ucrania y área del Volga- que habían domesticado el caballo y se basaban en una sociedad patriarcal, pastoril y guerrera, con dioses de carácteres celestes y combativos se asentaron por todo el continente. Ambas culturas se fusionarían, pero en la configuración  de su realidad prevaleció una concepción dominante, patriarcal y androcéntrica, en detrimento de la cultura matriarcal y más vinculada al ciclo vital de la naturaleza. Así, por ejemplo, la Regeneradora-Destructora, supervisora de la energía cíclica, personificación del invierno y Madre de los Muertos, pasó a ser una hechicera de la noche, dedicada a la magia que, en tiempos de la Inquisición era considerada como discípulo de Satanás. La destronización de estas diosas, cuyo legado fue trasmitido a través de mujeres sabias, profetisas y curanderas, acabó con la cultura gylanica, no violenta y centrada en la tierra.

De esta fusión de culturas dio lugar a una nueva organización de la realidad, de la expresión de sus mitos y de  la creación de un nuevo lenguaje simbólico. Esos mitos se moldearon a semejanza de una ideología androcéntrica, primeramente con la invasión de los indoeuropeos y más tarde con el Cristianismo, no sólo en detrimento de una cultura basada en los arquetipos femeninos  sino, en lo que aún es peor, en una clara denotación de inferioridad y negatividad de todo el lenguaje simbólico femenino. Por lo tanto, la cultura primitiva indoeuropea no sólo acopló su realidad a través de sus mitos sino que marcó dicha realidad  a través del género de sus dioses y diosas, pero desde una imposición patriarcal, donde la sabiduría de la cultura matriarcal, antecesora de la indoeuropea, quedó destituida. El leguaje que designaba la realidad femenina, fue sutilmente manipulado para beneficio del patriarcado. Así,  se le asignó valores positivos y lumminosos a todo lo referido a lo masculino, (Sol, Marte, Júpiter)  y valores negativos a todo lo femenino, ejemplo de ello, la Luna, la noche, la oscuridad, la muerte…

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